Meditamos para intentar dar un salto. Como si la experiencia fuera doble, como si funcionara a partir de dos «realidades» que se interrelacionan, como dos ordenadores en paralelo.
Por un lado, está toda la información aprendida, que se proyecta hacia un determinado futuro, haciendo que la experiencia de estímulo exterior que se vive provoque una determinada reacción. Este pasado es el conjunto de experiencias que hacen que nos vivamos tal como nosotros nos estamos viviendo como personas.
Por otro lado, está la vivencia directa, en cuanto a todo lo que perciben los sentidos. Y estas dos «realidades» se entremezclan. La experiencia directa inevitablemente es base de la experiencia, aunque la vivencia del pasado está sobreponiéndose a la vivencia directa. Este hecho provoca que viva como única realidad este pasado que se sitúa encima, tapando la vivencia total y directa de Ser. Entonces, estoy viviendo a través del tiempo y a través de las ideas, las angustias y el proceso emocional que se ha ido cargando. Y ello se convierte en mi realidad. Por debajo de ésta, se encuentra la vivencia directa e inmediata de lo que es más real, que es la base que da la experiencia total.
Así pues, se trata de dar un salto y pasar de este foco, ordenador o base de experimentación, que es toda la argumentación, la línea acumulativa del pasado y que ha forjado la personalidad, a la inmediatez de vivencia, independientemente de ese pasado.
Este salto nos lleva a adentrarnos en una vivenciación que, como contraste a lo vivido anteriormente, hace que reine una experiencia de espacio y de globalidad en todo, se pierde la noción del tiempo, y lo que desde la otra parte valoramos y analizamos que son dos cosas aparentemente, sujeto que experimenta y objeto experimentado, se funden como una sola cosa, en una sola Realidad en la que desaparecen objeto y sujeto.
A esta Realidad vivida, se le llama en la tradición antigua la «no-dualidad». Ya ni se le denomina «uno» o «unidad», sino solamente «no-dual». Esta no-dualidad de vivencia, a la que se entra mediante el estado meditativo, es un tipo de experiencia muy distinta comparándola con la vivida anteriormente, cuando predominaba el tiempo y la fuerza del pasado del «yo».
La fuerza que tiene la estructura mental del pasado, de la idea, del hábito, de la repetición, de la grabación que se repite, es enorme. Y vivir exclusivamente a partir de esa realidad, aunque la otra esté ahí y sea la más esencial o la más real o la Real, hace que todas las entradas o todos los saltos que queramos dar a esa vivencia de Realidad inmediata sean difíciles durante un tiempo.
Por lo tanto, teóricamente, un pre-aprendizaje para poder dar el salto sería conocer bien esta estructura montada de conceptos e idealizaciones a partir de una fórmula que hace vivir estos conceptos, que es el lenguaje.
Se trataría de ver, por un lado, la base de esa estructura, los miedos y deseos reales que se tienen y de dónde vienen, ver que se repiten, y darse cuenta de que a eso que le hemos dado tanto valor, el lenguaje y el pensamiento, es enormemente limitado, y que nos hace vivir unos roles constantes, con unas emociones determinadas.
El lenguaje y el pensamiento son limitados en comparación con la vivencia de la no-dualidad, que es una abertura, indescriptible por el lenguaje, de vivencia inmediata de Ser, de la cual podríamos decir que sería como vivir la inmortalidad, algo que para la otra parte puede resultarle una revolución o hasta una locura.
Entonces, meditamos para dar este salto, al cual llamamos a veces la presencia, la atención, la sencillez. Pero, si la otra parte está en fuerza y movimiento, no permite este salto. Además, genera un lío, porque quiere y no quiere, y desea un tipo de meditación que justamente esa parte no va a encontrar nunca, porque idealiza la meditación y la espiritualidad. Entonces, repito, hay que conocer esas dos bases: por un lado, la incapacidad del lenguaje de hacernos vivir esa parte, que no es lenguaje, y, por otro, la existencia de una estructura que se repite, que es una forma de pensar y de sentir o emocionarse, y que su base es la idea de nosotros.
La idea de nosotros es el fundamento de nuestro miedo, de lo que no nos gusta, lo que repudiamos, lo que nos hace tener pavor y reacción a que algo pueda pasar, y entonces huimos; y también es la base de lo que deseamos, lo que queremos, lo que repetimos y lo que buscamos como personas. Entendemos que esa idea se trata de nosotros, y que tenemos que dar satisfacción a los deseos y huir de aquello que no nos gusta. Y de ahí esa fuerza tan grande, que hace que no podamos salir de la vorágine.
Acogemos a veces la espiritualidad y a veces la meditación o cualquier otra cosa, idealizándolas otra vez a partir de conceptos y del lenguaje, con lo cual siempre chocamos. Es como si el policía que busca al ladrón fuera el mismo ladrón. Nunca se va a querer descubrir a sí mismo, porque él mismo es el ladrón. Es como una especie de paranoia o de bipolaridad en la cual el policía, cegado en su historia, cree que va a encontrar al ladrón, cuando éste es él mismo, porque es el propio proceso del pensamiento que idealiza y busca mediante la conceptualización y el lenguaje. Y el salto consiste en salir de ahí, pasar a un estado que siempre es nuevo, que es lo más sencillo, lo más simple, pero que la otra fuerza lo hace muy complejo, cuando en realidad es ésta la complicada y enrevesada.